viernes, 30 de mayo de 2014

Las caras de la muerte

He experimentado la muerte de un ser cercano de una manera profunda.

Como todas las muertes, ocurrió como siempre ocurre: sin nuestra intervención, sin nuestra preparación.
Como todas las muertes, generó tristeza, dolor, desgarro, desazón, incredulidad, reflexión profunda, reproche, enojo, intriga, sensación de injusticia, miedos, "porqué?", "para qué?".
Como todas las muertes de alguien querido, se murió una parte de mi ser.

Pero también, como todas las muertes, se despertaron otras sensaciones hermosas (quizás contradictorias) de fe, esperanza, creencia profunda, paz, revalorización, renacimiento, comunidad, generosidad, empatía, solidaridad, humildad, aceptación. Aceptación. Aceptación. Aceptación.

Y también, como todas las muertes de alguien querido, nació en mí parte de un nuevo ser: el que se fue. Y eso es otro milagro de amor inexplicable. Tener en mí algo de quien se ha ido. Su recuerdo, su energía, su amor, su presencia.

Sé que soy un ser espiritual viviendo una experiencia en esta vida terrenal.
Pero hoy me siento un ser humano viviendo una experiencia espiritual profunda.

Y lo agradezco. E intento aceptarlo.